Jesús murió; su sangre
  Jesús murió; su sangre abrió la entrada
  Dentro del velo, celestial lugar,
  En donde el alma, ya purificada,
  Cerca del Padre pudiese llegar.
  Por Cristo entrando, nada allí tememos,
  Su gloria no nos puede anonadar;
  En luz estamos y permaneceremos
  Firmes, tranquilos y sin desmayar.
 
  Contigo ahí, Señor, nos encontramos
  Con quien nos trajo hasta nuestro Dios,
  En cuya gracia paternal estamos,
  Gozosos de elevarle nuestra voz.
  Por ti, Jesús, el Hijo bien amado,
  Sólo por ti tenemos admisión;
  Por ti llegamos, como tus hermanos,
  Con gratos cánticos de adoración.
 
  ¡Oh, Dios! De corazón te agradecemos
  Que te dignaste al hombre aproximar
  A tu regazo, pues, que así quedamos
  Cual hijos adoptados en tu hogar;
  Cual sacerdotes somos consagrados
  Al Padre, para darle adoración;
  Y ofrenda espiritual de rescatados
  Rendímoste, Señor, de corazón.
  -----
 
Home